Siempre recuerdo aquélla entrada del blog de A. en la que hablaba de los días en que empezaba a refrescar. Y de cómo él no se daba por enterado del frío hasta que, una mañana, sus compañeros del banco cambiaban las camisas por las americanas.
A mi me pasa algo parecido.
Una noche cualquiera, volviendo a casa por los soportales de la avenida, compruebo que, un año más, los cajeros se han llenado de sacos de dormir y de cartones.
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