Yo, tan inclinado a mirar por los márgenes, pensaba que la puesta en escena de aquel hombre que pedía en mi ciudad con un cartel gigante era insuperable.
Pensaba, digo, hasta que encontré a Constantin, un chico rumano que pedía en la calle mayor con un cerdo entre sus brazos. Un chico, que me dejó sacarle una foto y que no me pidió nada a cambio.
Cada día que recuerdo que existe tu blog me quedo un ratito pillada leyendo. Es precioso, así que gracias!
ResponderEliminarMuchas gracias Ana. Viniendo de quien viene, considero tu comentario muy especial. Un abrazo y bueno, ya sabes. Por aquí andaremos.
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