A veces, cuando estoy mucho tiempo escribiendo y borrando, escribiendo y borrando, acabo por jugar al juego de la escritura automática que es algo así como escribir sin pensar en la siguiente frase. Sólo sinceridad, no dejar que la forma limite al fondo o que la preocupación por cómo va a quedar el texto desplace o haga que se me olvide lo que quiero decir.
(Este juego al que a veces juego permite, no obstante, separar el texto en párrafos separados, lo que sin duda agradecerá quien lo lea. Incluso yo mismo cuando, quién sabe si mañana, vuelva a leer lo que he escrito).
Todo esto para contar que la semana pasada fue horrible y que un día, sin embargo, cuando abrí el correo me encontré un mail generado por mi blog que me comunicaba que mi poeta favorita había dejado un comentario en mi entrada de ese día.
A mí esto me hace feliz. Ya sé que no es mucho sobretodo si comparo con la cantidad de preocupaciones con la que también ha empezado esta semana. Algunas de ellas de carácter grave. Pero bueno, ese soy yo. Ya lo he dicho, que por cosas así y no por otras, es por lo que me considero un poeta. (O un gilipollas, dirán algunos. Pues también).
El caso es que en seguida me he acordado de la primera vez que oí a Ana. Entonces yo no tenía este blog, sino un fotolog y recuerdo que aquélla noche escribí sobre ella y sobre sus poemas que a mí me parecieron muy tristes. Tristes y preciosos. Después me he acordado de la segunda vez que la ví, no hace ni un mes, y de cómo Ana volvió a impresionarme con la honestidad brutal de sus textos. Esta vez la culpa era de un poema que se titulaba algo así como "mi padre se llamaba Daniel" en el que relataba, entre otras cosas, como sentía que ya su padre no sujetaba la bicicleta que ella montaba de pequeña.
Yo recuerdo que también mi padre instaló un par de ruedas pequeñas adaptadas a la rueda de atrás de mi primera bici y me doy cuenta de qué diferentes son las cosas ahora, cuando muchos días tengo que subir a una bici con el sillín demasiado alto, sin que los pies me lleguen del todo a los pedales. Me puedo caer. Eso ya lo sé. Pero también sé que si no cojo la bici no llegaré. O llegaré tarde, que puede ser incluso peor.
Pues bien, todo esto lo escribo hoy porque Ana me manda un mail para comunicarme que su nuevo libro -alfabeto de cicatrices- llega la semana que viene a las librerías y me envía una foto de la portada.
(Este juego al que a veces juego permite, no obstante, separar el texto en párrafos separados, lo que sin duda agradecerá quien lo lea. Incluso yo mismo cuando, quién sabe si mañana, vuelva a leer lo que he escrito).
Todo esto para contar que la semana pasada fue horrible y que un día, sin embargo, cuando abrí el correo me encontré un mail generado por mi blog que me comunicaba que mi poeta favorita había dejado un comentario en mi entrada de ese día.
A mí esto me hace feliz. Ya sé que no es mucho sobretodo si comparo con la cantidad de preocupaciones con la que también ha empezado esta semana. Algunas de ellas de carácter grave. Pero bueno, ese soy yo. Ya lo he dicho, que por cosas así y no por otras, es por lo que me considero un poeta. (O un gilipollas, dirán algunos. Pues también).
El caso es que en seguida me he acordado de la primera vez que oí a Ana. Entonces yo no tenía este blog, sino un fotolog y recuerdo que aquélla noche escribí sobre ella y sobre sus poemas que a mí me parecieron muy tristes. Tristes y preciosos. Después me he acordado de la segunda vez que la ví, no hace ni un mes, y de cómo Ana volvió a impresionarme con la honestidad brutal de sus textos. Esta vez la culpa era de un poema que se titulaba algo así como "mi padre se llamaba Daniel" en el que relataba, entre otras cosas, como sentía que ya su padre no sujetaba la bicicleta que ella montaba de pequeña.
Yo recuerdo que también mi padre instaló un par de ruedas pequeñas adaptadas a la rueda de atrás de mi primera bici y me doy cuenta de qué diferentes son las cosas ahora, cuando muchos días tengo que subir a una bici con el sillín demasiado alto, sin que los pies me lleguen del todo a los pedales. Me puedo caer. Eso ya lo sé. Pero también sé que si no cojo la bici no llegaré. O llegaré tarde, que puede ser incluso peor.
Pues bien, todo esto lo escribo hoy porque Ana me manda un mail para comunicarme que su nuevo libro -alfabeto de cicatrices- llega la semana que viene a las librerías y me envía una foto de la portada.
Yo no sé si las cicatrices de Ana son de caerse en la bici como las mías, pero a mí la foto de la portada me encanta, porque es un corazón y dentro del corazón hay un cartel que pone "usted está aquí" y claro quién no tiene un usted en su corazón.
Yo sí lo tengo.
Ya sólo queda dar las gracias a Ana, por seguir escribiendo. Por vencer el pudor a desnudarse en cada poema, aunque según ella lo haga para defenderse de sus enemigos, para que no tengan secreto alguno que descubrirle. Porque su poesía es un ejemplo a seguir.
Pues eso, Ana: Gracias