Conozco a D. Es de Francia y está buscando un sitio donde quedarse a vivir. Me cuenta que, provisionalmente, la escuela donde estudia español le ha proporcionado un alojamiento con una señora y con su hijo de diez años. Me cuenta que quiere cambiarse porque no se adapta a la vida con ellos. Me sorprende que no escatima detalles a la hora de explicarme todos y cada uno de los hábitos familiares que, pese a los pocos días de convivencia, ya detesta de ellos.
No tengo motivos para desconfiar de su versión. Sin embargo, subo al apartamento de techos altos y grandes ventanas, puertas de madera de la de antes, suelos hidráulicos, cactus y plantas por todos lados y pienso que a mí no me desagradaría vivir en un lugar así.
Hasta que ocurre algo. A través de la puerta entreabierta de la habitación de la señora, vislumbro una estampa familiar. Son tres libritos: el dorado, el rosa y el amarillo, formando una suerte de bandera micropoética que ya antes había visto en el mostrador de El Arrebato Libros, mi librería favorita de Malasaña.
Esto no se hace, ya lo sé, pero entro en la habitación, abro el librito amarillo (Micropoemas II de, AJO) por la página 55 y me encuentro con el micropoema número 25. Cierro el libro. Me despido con un beso y le deseo a D. que tenga mucha suerte.
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