Esta mañana, al salir de mi casa para ir al trabajo, el ascensor se ha parado en la cuarta planta. Ha entrado mi vecina de la letra B y, tras darme los buenos días, me ha preguntado:
- ¿Qué, ya vamos para la guerra?
Yo le he sonreído pero, en seguida, he notado como su rostro cambiaba de expresión. Muy seria me cuenta que, hace tiempo, vio en el telediario un niño de unos dos años, víctima de una guerra, al que le faltaban los brazos y las piernas.
- ¿Qué, ya vamos para la guerra?
Yo le he sonreído pero, en seguida, he notado como su rostro cambiaba de expresión. Muy seria me cuenta que, hace tiempo, vio en el telediario un niño de unos dos años, víctima de una guerra, al que le faltaban los brazos y las piernas.
Y que mira que de eso hace ya muchos años, pero que a ella no se le olvida. Entonces hace una pausa y añade que qué tendrán que ver, las criaturas con las guerras.
Las verdades más atroces llegan a nosotros por casualidad, pero alguien debería enseñar a tu vecina qué tipo de conversaciones no deben tenerse en según qué sitios... o eso pienso yo.
ResponderEliminarUn abrazo, Beltrán.
Te sigo leyendo aunque apenas entre a comentar.