Da igual que llegue tarde. Cada mañana, camino de la oficina, me detengo en el jazmín que asoma por encima de la pared del número diez de la calle. Con el índice, el pulgar y el corazón de la mano derecha, tiro de una flor y, con esos mismos dedos, me la acerco hasta la nariz y aspiro profundamente.
Enseguida retomo el camino pero, ya con la flor entre los dedos, repito el gesto varias veces, justo hasta el momento en que necesito tener la mano libre para fichar en el control de acceso. Guardo entonces el jazmín en el bolsillo de la camisa y saco mi tarjeta.
Así empiezo una jornada laboral que no sé a qué hora va a terminar. La flor, por su parte, sigue desprendiendo su olor durante, prácticamente, todo el día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario