Recuerdo el momento exacto en el que por
primera vez escuché esos versos. Era el año dos mil dos y volvía andando de la
Biblioteca de la Facultad a mi casa. En la radio contaban que se había fallado
el premio Adonais de Poesía y que había resultado ganador un chico de Huelva,
que tenía, más o menos, mi edad.
El locutor llamó al chico por
teléfono y después de darle la enhorabuena le propuso leer alguno de los poemas
premiados.
Al oír los dos primeros versos
del poema elegido, la tierra tembló. Me apoyé en una de las columnas que
aguantan los soportales de la avenida y esperé a que la entrevista finalizase.
Ni entonces ni hoy he llegado a entender el significado último de
aquéllos versos. Sin embargo, diez años después, los poemas incluidos en RUA
DOS DOURADORES, de Adrián González Acosta, me siguen emocionando.
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