He dedicado la tarde del domingo de ramos a preparar mi contribución para una exposición sobre la figura de Giordano Bruno, un astrónomo italiano que fue condenado a la hoguera por sus teorías cosmológicas. (La mañana, eso no hace falta decirlo, la he dedicado a estar en la cama).
En algún momento ha empezado a llover y aunque estoy incomunicado sé de memoria lo que está pasando ahí afuera: una ciudad entera mirando hacia el cielo, preocupada por si los pasos de la Semana Santa podrán o no salir a la calle.
Yo también empiezo a preocuparme. No tanto por las procesiones sino por las vecinas del bloque de enfrente. Es la tercera vez en esta semana que se les moja la colada.
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