martes, 19 de marzo de 2013

202. ALGO QUE NO SÉ DECIR.

 
Hace semanas desde que pienso en un anuncio que cuelga en los cristales de un local del centro de la ciudad. Los días de copiosa lluvia no abrimos. Perdonen las molestias. Gracias. 

La gran emoción que me produjo descubrir el cartel resulta sólo comparable a la inutilidad de todo esfuerzo por lograr encontrarle una explicación. No una explicación  al cartel, sino a mi emoción. O, quién sabe, si  lo uno es producto de lo otro y es, precisamente, el enigma lo que provoca el entusiasmo.

Pero sucede que hoy he recordado el gran aerolito de Carlos Edmundo de Ory: Di algo que no sepas decir. Entonces me he dicho que tenía que intentarlo.

Creo que el cartel me gusta por la utilización del adjetivo copiosa que me suena a platos de comida y a ayuda humanitaria. Me gusta por la lluvia y por la humildad de las ciudades en los días de lluvia. Me gusta por la elegancia de los que saben pedir perdón y por la dignidad de la caligrafía de los abuelos.

Me gusta por minúsculo. Porque hace tiempo que he aprendido que la felicidad reside exactamente ahí. Quiero decir: en las afueras.

Y me gusta porque ahora sé que, en mi ciudad, hay al menos una persona que a veces se siente incapaz para seguir. Una vida que se puede romper en cualquier momento.

Me gusta porque, hablemos claro, a quién no le gusta sentirse acompañado.

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