Cuando Antonia compró la casa, todo el mundo le advertía "¿te vas a ir a vivir a la alameda? Estás loca", pero ahora, cuando la gente le pregunta que dónde vive le suelen decir "ah, que suerte, vivir en la alameda".
En los primeros años, le molestaba que a los pocos días de pintar la puerta, amanecía llena de pintadas. Esto fue así hasta que una tarde decidió dibujar unos árboles e invitó a los niños de la calle a que le ayudasen.
Cada niño, entonces, pintó un pájaro.
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