Me acuerdo que una mañana tomé un autobús hacia Cartagena, en la provincia de San Antonio, sólo para visitar la tumba de Huidobro.
Me acuerdo que no fue fácil dar con ella, pues no se encontraba en el cementerio sino en un cerro, algunos cientos de metros detrás de la que había sido la casa del poeta.
Me acuerdo que tuve que atravesar un bosque precioso de eucaliptos y que durante todo el trayecto no me crucé con ninguna persona.
Me acuerdo que permanecí mucho tiempo en la tumba, solos Huidobro y yo. Y me acuerdo de la sensación de estar viviendo un momento mágico, solemne. Único.
Y me acuerdo de todo esto gracias a Carmen Camacho que ayer nos recordó el epitafio del poeta.
Por eso, me gustaría dedicarle a ella esta entrada del blog. Por su implicación y generosidad y por haber pasado tres días enseñándonos a fuegar con las palabras.
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